Los nombres de David Evans, Collin Finnerty y Reade Seligmann quizás no les digan nada. Son los tres miembros del equipo de lacrosse que, en 2006, fueron acusados por Crystal Magnum, la stripper negra a la que contrataron y que los acusó de violación. Pues la semana pasada, 18 años después de la denuncia, Magnum ha dicho que se lo inventó todo.
El lacrosse es un deporte casi de contacto que se juega con una especie de recogedor, es típico (y tópico) de las clases altas, blancas. Cuando se formalizó la denuncia, los medios -entonces no había redes- transformaron el caso en una evidencia del patriarcado, del privilegio blanco...
Dos de ellos fueron expulsados de la universidad cuando los imputaron, y el tercero, que ya se había graduado, tuvo que arrastrar durante varios años el estigma de ser el tercero de La Manada (que en España sería sinónimo de lo que, en aquellos días, fue ser miembro de un equipo de lacrosse).
Los medios dejaron de lado las pruebas exculpatorias a las que voluntariamente se presentaron los jugadores y decidieron quedarse con la versión de Magnum, que ya había mentido previamente. Ya saben que las narrativas de raza, género y privilegio son más atractivas que los resultados de ADN.
Aquello duró hasta 2007, cuando los jugadores quedaron exonerados y arreglaron sus cuitas con Duke, que tuvo que reconocer que se habían saltado a la torera aquello de la presunción de inocencia. Desafortunadamente -así somos-, el estigma quedó para siempre para los chicos (pese a que les fue bien).
Decía Lawrence Durrell que toda mujer está herida por su condición porque solo las mujeres creemos que podemos tener la mala suerte de toparnos con unos violadores o asesinos. O con ambas cosas. O con babosos asquerosos, aunque eso no sea delito. Los hombres, de momento, tienen que lidiar con la posibilidad de que la mujer sea una mentirosa o una malnacida. Bad señoras, por Pola Oloixarac.
En 2008, Obama fue elegido. Y tras dos legislaturas, salió Trump. Y después, Biden. La pregunta es por qué todos los que en 2020 votaron a los demócratas para que el republicano no repitiera se quedaron en casa. Es evidente que fue porque las políticas identitarias, lo woke, lo concienciadito, tocaron techo en el partido demócrata, desanimando a los suyos e incentivando a los otros, que votaron a Trump y Musk pese a Trump y Musk.
Algo parecido ocurre en Europa con el auge de la ultraderecha que se anuncia para el año que viene. Hay mucha gente sensata que, solo por joder la narrativa del mainstream, les votará. Hasta Errejón, que nunca ha jugado al lacrosse.
En Alemania, Scholz está de salida porque no se puede ser tan idiota. Aunque Von der Leyen puede que le gane. La izquierda y la derecha deberían reflexionar.